26 dic 2016

FIESTA DE SAN ESTEBAN

«Las puertas del cielo se abrieron para Esteban, el primero de los mártires; por eso ha recibido el premio de la gloria».
El 26 de Diciembre celebramos la fiesta de San Esteban, el primer Mártir de la Iglesia Católica y uno de los primeros diáconos.
El relato de los últimos días de la vida de Esteban llega a nosotros a través de las páginas de los Hechos de los Apóstoles.
Después de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo la Nueva Iglesia creció enormemente y los Apóstoles debieron nombrar a algunos miembros de la comunidad para que se encargaran de dispensar la ayuda material a los más necesitados. Estos ayudantes recibieron el nombre de diáconos y entre ellos se encontraba Esteban (Hch. 6,5). Al escogerlo para esta tarea, la Iglesia lo reconoció públicamente como un hombre «de buena fama, lleno de Espíritu y sabiduría»(Hch. 6, 3).
Esteban, además de administrar los bienes comunes, dedicaba parte de su tiempo a anunciar la buena noticia. Era un gran orador y al oír su prédica, que acompañaba con «grandes prodigios y señales» (Hch.6, 8), muchos se convertían.
Algunos judíos, celosos de la influencia que Esteban ejercía sobre el pueblo, lo llevaron ante el Sanedrín y lo acusaron falsamente de haber blasfemado contra Dios y Moisés. Al oír las acusaciones el rostro de Esteban se iluminó y pronunció un poderoso discurso recordando la historia de Israel y acusó a los judíos de haber desoído a Dios: «¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado». (Hch. 7, 51-54).
Frente a estas palabras los judíos se llenaron de rabia y lo arrastraron fuera de la ciudad donde lo lapidaron. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: "Señor Jesús, recibe mi espíritu". Dentro de la turba que consintió esta muerte se encontraba un joven llamado Saulo, quien tiempo después se convertiría en el apóstol de los gentiles. El cuerpo de San Esteban fue recogido por algunos varones piadosos que hicieron sobre él gran luto (Hch. 8,2).
Tras la muerte de Esteban, se desató, en Jerusalén, una gran persecución contra la comunidad cristiana. Muchos fueron encarcelados; otros lograron huir y predicaron la palabra de Dios en los lugares donde se refugiaron.
En el año 415 un sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el cuerpo de San Esteban estaba enterrado en Caphar Gamala, lugar a alguna distancia al norte de Jerusalén. Las reliquias fueron exhumadas y llevadas primero a la iglesia de Monte Sión y luego, en 460, a la basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, en el lugar dónde, según la tradición, tuvo lugar la lapidación.
«Ayer, -escribió San Fulgencio- Cristo fue envuelto en pañales por nosotros; hoy, cubre Él a Esteban con vestidura de inmortalidad. Ayer, la estrechez de un pesebre sostuvo a Cristo niño; hoy, la inmensidad del cielo ha recibido a Esteban triunfante». Con la fiesta de hoy, la liturgia nos recuerda que siempre la cruz está cerca de los que siguen a Cristo. Pidamos al Señor, por intercesión de San Esteban, dar testimonio valiente del Evangelio, y, con la fuerza del Espíritu, anunciarlo con nuestra vida. 
Verónica Otero